martes, 10 de noviembre de 2009

AMÉRICA, AMÉRICA

Sorprendió a la opinión pública internacional la decisión del Consejo de Administración de General Motors de dar marcha atrás en su proyecto de venta del 55% del capital de su filial en Europa a la empresa austro-canadiense de componentes Magna, cuando el acuerdo parecía prácticamente cerrado.

Sin embargo, en la modesta opinión de quien escribe, dicha sorpresa debería calificarse de relativa, si tenemos en cuenta el sistema de relaciones internacionales que ha venido imperando durante los últimos 60 años. Resultaba extraña dicha decisión de venta a la citada empresa, junto a su socio ruso, el banco Sberbank. De esta manera, parte de la tecnología de la industria automovilística norteamericana habría ido a manos rusas; algo difícil de comprender desde el punto de vista de los intereses estratégicos de los Estados Unidos: que su gran rival histórico, Rusia, obtuviera determinados secretos industriales (así cabría interpretar la reacción de Putin).

La venta a Magna suponía un triunfo para Alemania, que iba a ostentar el control de la toma de decisiones y una posición de supremacía en la industria automovilística internacional. Ello conllevaría, sin ninguna duda, la prioridad de las factorías establecidas en su territorio en detrimento de las situadas en otros países como Gran Bretaña, Bélgica o España.

Es innegable el gran esfuerzo negociador y de presión ejercido tanto por los sindicatos como por las autoridades políticas, central y autonómica, con el objeto de minimizar las afecciones que el plan de Magna pudiera acarrear para el mantenimiento del empleo en la factoría de Figueruelas. Pero aquella solución, siendo la menos mala posible, sólo suponía un remedio a corto plazo, que solamente garantizaba su continuidad durante los próximos 10 años, pero no su subsistencia a más largo plazo, ni que Magna no la desmantelara progresivamente en beneficio de las plantas alemanas.

La permanencia de Opel-Europa bajo su matriz norteamericana puede representar el escenario más favorable para España y para Aragón, sin el control alemán. Se dispondrá así de un mayor margen de maniobra a la hora de establecer las oportunas negociaciones con las autoridades norteamericanas y con la dirección de General Motors, aprovechando en buen momento de las relaciones España-USA, siempre tomando los acuerdos adoptados con Magna como un mínimo a preservar para los trabajadores/as de Opel-España.